UN RECUERDO DE TANGER Y UN OLVIDO DE ESPAÑ

Hablo de una plazuela en todo ajena a lo que por una plaza se entiende, pequeña, asimétrica, sin ningún edificio que por su valor artístico o histórico mereciera ser tenido en cuenta y, sin embargo, es citada por muy notables escritores tanto del siglo XIX como del siglo XX. E igual sucede en dibujos y apuntes de muy importantes pintores también de ambos siglos. Me estoy refiriendo al Zoco Chico de Tánger.

Y se pregunta uno, ¿qué tenía el Zoco Chico de Tánger para despertar el interés que le dedicaron tan importantes artistas y escritores?. Hoy, por supuesto, ninguno: hoy es una más de entre las inconfundibles plazuelas que surcan las antiguas ciudades árabes, siempre a escondidas del sol y del calor, y siempre en busca de fuentes naturales de agua o fuentes de aljibe, sin cuyo sonido mágico es casi imposible entender el mundo islámico. Sonido que le fue donado a Andalucía y que el genio de Manuel de Falla habría de eternizar.

Estas plazuelas nacen, o mejor, se hacen a sí solas, por la confluencia de varias callejuelas. Y así le sucedió al Zoco Chico de Tánger. ¿Por qué hablo del Zoco Chico en pasado?. Por la elemental razón de que ya no es el mágico lugar que fue. Los lugares mágicos no pueden durar eternamente. Ya se sabe que el "tiempo" y la "magia" estuvieron de siempre reñidos.


En el Zoco Chico, en tan reducido espacio, se repitió día tras día y noche tras noche, a lo largo de siglo y medio, con texto y actores siempre improvisados, siempre renovados, pero con igual contenido y significado, una representación tan insólita como única, ante unos espectadores que, a través del tiempo se fueron renovando e, incluso, algunos, nos dejaron el testimonio de su particular encantamiento.

No todo el mundo pudo percibir en el ir y el venir de Zoco Chico, en sus encuentros y desencuentros, esa muy particular "representación" cuyo significado no era otro que la última expresión, el resumen, la esencia, de lo que Tánger era, de lo que Tánger fue: la fusión sin confusión de razas, culturas, religiones, lenguas, comportamientos, costumbres. Una fusión milagrosamente convertida en realidad cotidiana, en realidad vivida. Y percibir esta realidad cotidiana, esta realidad vivida, en el "espectáculo" que ofrecía gratis el Zoco Chico sólo le fue dado contemplar a algunos privilegiados: a Camille Saint - Saëns en el inicio de su "Danza Macabra", una sinfonía alegre y festiva, aún sin contaminar, aunque presintiendo que habría de ser devorada por los atronadores ruidos del materialismo, o en el encuentro de figuras míticas de la cultura occidental, todos en paz y armonía, tomándose un té verde en el "Camino Real" de Tennesse Williams, pieza luego cambiada de localización por arte y desastre del director de escena Elia Kazan. Sigo confiando en que el original de esta obra, tal como fue concebida y escrita, salga un día a la luz.

Y así como Tennesse Williams presenció el espectáculo del Zoco Chico desde la pequeña terraza del café - bar "Tingis", a la que él llamaba "mi pequeño palco privado" - lo solía decir en francés : "ma petite loge privée" - Camille Saint - Saëns empezó a componer su conocida sinfonía desde la terraza del Hotel Fuentes, que era, ése sí, un palco privilegiado.


Y aunque parezca que me alejo del tema que motiva este texto, el pintor Antonio Fuentes, luego se comprobará que este alejamiento está más que justificado. O, al menos, así lo creo.

No hace mucho leí en una biografía de Saint - Saëns, que "monsieur Camille" conoció al compositor español Joaquín Valverde en el mismísimo Hotel Fuentes, del que éste era un asiduo cliente, hospedándose siempre en la habitación número cuatro, desde la que decía oir el latir de la ciudad. Y fue Joaquín Valverde el "mágico colaborador" de Federico Chueca en "pequeñas obras maestras" como "La Gran Vía", obra sobre la que Nieztche dejaría escrito que era tan "genial como imposible de clasificar", quien le haría oir a Saint - Saëns, en el piano del Hotel Fuentes, una selección de los principales temas de "El Año Pasado por Agua", compuesta por el propio Valverde en colaboración, como otras veces, con el personalísimo Chueca. Y tan entusiasmado quedó el compositor francés que, al año siguiente, se estrenaba en París y media Francia cantó:

"Faites moi le plaisir
madame, d'écouter
seulement deux paroles"
El hijo de Joaquín Valverde, conocido y reconocido como "Quinito" Valverde, "personaje" al que distinguidos musicólogos han llegado a confundir con su padre, fue un prematuro compositor que siendo muy joven aún, compuso canciones que, de inmediato, adquirieron una enorme popularidad, como "El Polichinela", que le estrenaría La Fornarina o "El Pai - Pai", que le estrenaría una no menos joven Lola Membrives quien, con el tiempo, se habría de convertir en esa enorme actriz que supo aunar el teatro en español de ambas orillas del Atlántico.

Pero el siempre brillante y alegre Quinito Valverde también compuso canciones de altura musical como "Clavelitos" que diera a conocer a los cuatro vientos la gran mezzo-soprano española Conchita Supervía, ídolo del "Covent Garden" de Londres.

Quinito Valverde al igual que su padre también triunfó en París, regalándole a su paisana, Carolina Otero, mundialmente conocida como "La Bella Otero", nada menos que "La Machicha", la canción - paradigma de la "Belle Epoque" parisina, canción que en su versión original en español rezaba así:

"Tengo dos lunares,
el uno junto a la boca
y el otro donde tú sabes"
Y anticipemos que el hijo de Joaquín Valverde no fue ajeno al hijo pintor de Antonio Fuentes, el propietario del Hotel Fuentes, como en su momento se comprobará.

Al parecer Truman Capote dijo una vez - y Jane Bowles lo repitió mil veces - que ante el Acrópolis de Atenas, algunos se sienten en "estado de sabiduría", ante San Pedro de Roma, algunos deberían sentirse en "estado de gracia", pero que ante el Zoco Chico de Tánger, todos se sentían en "estado de libertad".

Y a modo de ejemplo, dos celebraciones que tuvieron lugar en el Hotel Fuentes, y a las que de haber prestado más atención los gobiernos españoles de entonces, nuestra realidad histórica hubiese despertado, al menos un poco, de su letargo secular. Me estoy refiriendo al reconocimiento racial y cultural de que, en su mayoría, dieron siempre pruebas más que palpables los judíos sefarditas españoles.

Dos españoles ilustres, el uno de nuestra historia política y el otro de nuestra literatura, merecieron el emocionado homenaje de la colonia hebreo - sefardí de Tánger: Emilio Castelar y Benito Pérez - Galdós. Y ello sucedió - sucedía siempre - en el Hotel Fuentes.

A Castelar el homenaje le fue ofrecido por el erudito Abraham Pimienta y a Galdós por una muy singular mujer, la escritora y periodista Rahma Toledano, que se adelantó a su tiempo en ideas e ideales feministas, y que fue la más decisiva colaboradora del doctor Angel Pulido a la hora de redactar su profético libro, "Españoles sin patria", obra a la que Galdós prestó una muy particular atención.

Un año después del homenaje a Galdós, don Antonio y doña Ana Contreras habrían de tener un nuevo hijo, con prematura vocación de pintor y que, con el tiempo, habría de vivir la bohemia artístico - literaria de París, en unos años tan míticos como irrepetibles.

Nace así Antonio Fuentes, que se llamó como su padre y que fue una persona singular hasta extremos de muy difícil comprensión. Dijérase que llegaba al absurdo forzando su implacable lucidez. Sus opiniones de inmediato se nos aparecían como un contrasentido, pero una vez repensadas comprobábamos que obedecían a una lucidez muy suya. Algo similar a la imagen que Cervantes nos da del "loco cuerdo". En Antonio Fuentes su esfuerzo de cordura resultaba evidente. Eso sí: un esfuerzo de cordura para evitar cualquier asomo de locura.

Durante años creí que Antonio Fuentes era, cronológicamente hablando, el primer pintor español nacido en Tánger, hasta que descubrí que el dibujante - ilustrador - excelente ilustrador - de nuestra triste guerra civil, en el bando franquista, Carlos Sáenz de Tejada, nació en Tánger en 1897, donde su padre estaba entonces en misión diplomática. Y, tras Antonio Fuentes, el otro gran pintor nacido en Tánger es José Hernández.

Antonio Fuentes vivió en un mundo no ajeno al arte y, concretamente, a la pintura. Su familia era muy amiga de la del extraordinario acualerista catalán Josep Tapiró, que llegó a Tánger invitado por Mariano Fortuny y en esta ciudad se quedó a vivir.


A la madre de Antonio Fuentes, doña Ana, la recuerdo vagamente, ya de mayor, como a una señorona andaluza, siempre muy erguida, muy solemne, de andares seguros, aunque sostenida por un bastón de ébano con empuñadura de plata y con vistosos sombreros de exquisito gusto francés, de seguro salidos del taller de madame Boissonet, famosa sombrerera parisina que hubo de refugiarse en Tánger tras un escándaolo que puso en peligro al mismísimo Presidente de la República Francesa. Madame Boissonet fue la segunda madre y la profesora de Mariquita Molina, que habría de heredar la sombrerería y cuyo único hijo fue el insólita novelista tangerino Angel Vázquez, autor de una obra impar : "La Vida Perra de Juanita Narboni".

Antonio Fuentes veneraba a su madre, y al enterarse de que iba a asistir al entierro de Josep Tapiró, que era íntima amiga de su mujer que, si mal no recuerdo , pertenecía a una notable familia de liberales españoles que al adquirir la protección inglesa cambiaron de apellido; el de la peña de convirtió en Lepen (léase en inglés: Lepin), y dado que el niño Antonio Fuentes, entonces de 8 años, se había empeñado en acompañar a su madre a aquel entierro, doña Ana accedió, pues sabía del entusiasmo que despertaba en su hijo las obras del genial acuarelista catalán. A través de Josep Tapiró se despierta la vocación de pintor en Antonio Fuentes, hasta que, años más tarde, descubre en una Enciclopedia de Pintura a Rembrandt, en particular a través de su cuadro "El buey Desollado". El propio Antonio Fuentes se decía estar de acuerdo con quienes creían ver en el expresionismo siempre latente en toda su obra, la huella de su primer encuentro con "El Buey Desollado", de Rembrandt, cuya reproducción en forma de postal, casi a la manera de una imagen religiosa, habría de acompañarle a lo largo de toda su vida.

Desde su llega da a París, al Montaprnasse de 1929, donde vive como mandaban los cánones de entonces una auténtica bohemia, y donde, según el propio Antonio Fuentes "me pasaba las horas vivas en La Grande Chaumière o conociendo a personaje y medio por día". Curiosamente no intima con otros pintores españoles. "Estaban en su mayoría - son también palabras de Antonio Fuentes - obsesionados con Picasso, pero lo que en Picasso era puro instinto adivinatorio, mis paisanos lo reconvertían en álgebra mental". Esto explica sus acaloradas discusiones con Francisco Bores - Y añade Antonio Fuentes, no sin ironía: "Estaba tan embebido del espíritu del Zoco Chico de Tánger, de mi convivir a diario con árabes y judíos, que los dos únicos pintores con los que intimé eran los dos judíos, uno polaco y el otro lituano: Moïse Kisling y Chaïm Soutine". Cosa nada de extrañar, pues ambos, cada uno a su manera eran "nietos" de Rembrandt, y sobre todo, en ambos latía una inquietud expresionista muy similar a la del entonces joven Antonio Fuentes.


Tampoco debemos olvidar que en Tánger conoce a Oskar Kokotschka, con el que tiene más de un punto en común, sobre todo es sus escenas tangerinas. "tout Paris" de entonces conocía como "monsieur Quinito Valverde" … pronunciado, eso sí, con profundo acento francés.

Naturalmente Quinito sabía de la amistad de su padre con la familia Fuentes de Tánger, y fue él quién le presentó a la hija de unos muy amigos suyos, Rosa Castelucho, directora y propietaria de una sala de exposiciones que llevaba su nombre: "Galerie d'Art Castelucho". Galería en la que habría de celebrarse la primera exposición individual de Antonio Fuentes. Siempre he pensado - y perdonen la indiscreción - que Antonio Fuentes no dejó nunca de estar enamorado de " Rosita " Castelucho. Y fue en la sala de exposiciones de Rosa Castelucho donde Antonio Fuentes conoció a Picasso. Sobre este encuentro he leído un texto tan autobiográfico como conmovedor de Antonio Fuentes, que, al igual de otros escritos suyos, permanecen todos inéditos.

Existe un período en la obra pictórica de Antonio Fuentes por el que siempre sentí una muy particular predilección, un período que él mismo llamaba de los "camareros del Zoco Chico", donde , de un abigarrado y oscuro mundo de formas en movimiento, emergían unos incólumes camareros de blanco con nudos de corbata de pajarita, unas en negro y otras en rojo. El gran hispanista francés Pierre Gassier, notable erudito en Goya, también compartía conmigo esta admiración por el período de los "camareros del Zoco Chico" y fue por ello que habló de Antonio Fuentes como del "Toulouse-Lautrec de Tánger".

Pero Antonio Fuentes, siempre encerrado en sí mismo, no compartía nuestra admiración por este período de su pintura, y tan fue así que tanto Gassier como yo llegamos a sospechar que en algún momento de crisis llegó a destruir las obras de este período. Tiempo después me confesó que este período le recordaba los años que para sobrevivir hacía caricaturas por las terrazas de los cafés de París o Roma. Y fue así como nació su amistad con la genial bailarina Antonia Mercé, "La Argentina", en París, y que tuvo lugar su simpático encuentro con el rey D. Alfonso XIII, en Roma, donde tras hacerle una caricatura a don Alfonso, éste escribió de su puño y letra, debajo de su caricatura: "Sí Señor, soy así por la gracia y desgracia de Dios".

Hay que tener en cuenta que hasta en sus momentos más difíciles se negaba a vender sus cuadros. Era Antonio Fuentes un hombre lleno de manías profundamente arraigadas en él, a su personalidad. Había días, muchos días, en los que se negaba a abrir la puerta de su estudio. Y así perdió - quienes le conocimos fuimos testigos de ello - encuentros y ventas que le hubiesen abierto muchas puertas; pero él se definía a sí mismo como : " hombre de puertas cerradas ".

Quien no visitó su estudio vivienda en la medina de Tánger no puede hacerse una idea por lejana que ésta sea , del ambiente caótico - surreal en el que, durante años, se mantuvo oculto Antonio Fuentes .

Cuánto lamento que nadie filmara - el cineasta Mario Ruspoli pensó hacerlo - aquel mundo de tan inimaginable como increíble desorden, pero curiosamente para Antonio Fuentes este desorden era sólo aparente pues puesto a buscar el más insignificante de los papeles siempre sabía dónde estaba.


El estudio de Antonio Fuentes donde vivió escondido - sí, escondido - hasta la avanzada edad de noventa años, estaba ubicado como ya creo haber dicho, en la antigua medina de Tánger, concretamente en la plazuela de los Aissauas, frente a la Mezquita Nueva, a la que durante largas décadas le hizo siempre compañía una milagrosa palmera gigante que, en uno de esos días de viento de levante, su muy largo y esbelto tronco se quebró, y la palmera fue enterrada casi religiosamente en el viejo cementerio árabe cercano a la Mendubía.

Sin duda alguna uno de los períodos pictóricos más personales y sugerentes de Antonio Fuentes fue el llamado de "Las Catedrales". En estas catedrales se nos aparecen fundidas toda una misteriosa y secular simbología, donde lo judío, lo católico y lo árabe, parecen emerger de una misma y única ceremonia religiosa. Las más bellas piezas de este período se las repartieron por partes iguales - fui testigo de ello - Barbara Hutton y la Princesa de Ruspoli, Marthe Chambrun. "abstracción", período que mantuvo secreto hasta el final de sus dís y en que se deja sentir la influencia del pintor mallorquín, de Sóller, Juli Ramis, que vivió en Tánger años decisivos en la evolución de su muy refinada pintura y que para algunos historiadores y críticos del arte español contemporáneo - afortunadamente no todos - sigue vergonzosamente olvidado.

Al decir del propio Picasso, "el benjamín", así llamaba don Pablo a Juli Ramis, fue uno de los más indiscutibles precursores de la no figuración en España.

Pienso - lo he pensado muchas veces - que aún no existe una historia global, totalizadora, de la pintura española del siglo XX. Y quien dice pintura, dice también otras ramas del arte, de la literatura, de la investigación, de la ciencia. Muchas siguen siendo las causas. Aunque uno sigue pensando que la herida de las dos Españas aún no ha cicatrizado del todo, que muchas de sus consecuencias siguen abiertas: exilios interiores, olvidos tanto voluntarios como involuntarios, vidas rehechas en los más recónditos lugares del mundo…

Es más: si los olvidos ya existen dentro de la propia España referidos a ciudades que no sean Madrid o Barcelona, cómo no van a existir referidos a mundos tan anchos como ajenos a ése que , dicen, es el nuestro.

Sirvan pues estas líneas para sumas otro nombre a esos "olvidos de España" de los que ya hablaba Jovellanos.

En el caso que nos ocupa es para añadir el nombre de un pintor español, aunque a muchos españoles aún no les suene: el nombre de Antonio Fuentes.

Artículo publicado en El Pais - Babelia, el 23 de agosto de 1997, con ocasión de la primera exposición póstuma de Antonio Fuentes.

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