Fin de año en Marruecos. 


Hace un par de años, cuando paramos en Marruecos por primera vez, poco conocíamos de este interesante país. Pronto nos dimos cuenta que el lugar engancha. A la gran variedad de paisajes y ambientes, había que sumar el agradable trato con los lugareños, en general gente muy sencilla y hospitalaria. El itinerario en aquella ocasión fue largo y completo. 3.600 km en un C4 que dieron mucho de sí; desiertos, pueblos coloniales, kasbas, dunas, oasis, medinas, costa…, y mucho, mucho tajín y cuscús.

Este año el plan era diferente. Pasar unos días con los amigos alejados del mundanal ruido. El pueblo de Chefchaouen, ubicado en la cordillera del Rif, a unos 120 km de Tanger en dirección al interior, era el lugar elegido.

La llegada a Tanger desde Madrid fue todo un desahogo. A la pésima previsión meteorológica,  se le añadió una supuesta huelga de controladores de Iberia, que finalmente se tradujo en un leve retraso de media hora. Eso sí, el aterrizaje en tierras del Magreb fue para machotes. Menuda cafetera !.  Uno que lo pasa mal de por sí, imaginen como lo celebró cuando empezó a rodar. A punto estuve de darle a las palmas…

El desplazamiento en coche hasta Chefchaouen se completó, gracias a Dios, sin incidencia alguna. Recomendaría a todos aquellos que estéis interesados en alquilar un vehículo por estos lares, realizar antes un cursillo rápido de conducción radical. De igual forma te encuentras a un paisano cruzando sin prestar atención a la calzada, que a un par de mendas rozándote al unísono ambos retrovisores.

Las copiosas lluvias caídas los días anteriores a nuestra llegada se hicieron notar en gran parte del recorrido. De hecho, Eolo nos mostró su poder en los alrededores de Tetuán, aunque tuvimos la suerte de llegar a tiempo para observar los impetuosos parajes del Rif.

CHEFCHAOUEN (El lugar elegido)
 También conocido como Chaouen, es un pueblo con encanto ubicado en las laderas del Rif, semejante al pueblo almeriense de Mojacar, con la salvedad que gran parte de sus fachadas disponen de un inconfundible tono azulado. Pronto nos dimos cuenta que el idioma no iba a ser un problema. Todo kiski chapurrea o habla el castellano. La razón no es otra que la proximidad a la península y la gran afluencia de españolitos de a pié que allí tienen fijada su residencia. Es el paraiso de los amantes del hachís, y no había día que no nos ofrecieran “chocolate” del bueno. Obviamente no era la razón de la visita, por lo que salvo el más intrépido del grupo, nadie probó el elemento en cuestión.
                                                                                                                               
El tiempo no nos permitió muchos lujos los tres días que pasamos en esta curiosa ciudad, pero se hizo lo que se pudo con la cámara. Las callejuelas y rincones de su medina dan para una buena diarrea fotográfica, no habiendo mejor sitio en donde ponerla en práctica.
Hacer también mención a la Noche Vieja allí celebrada. ¿Quién nos iba a decir que daríamos paso al 2010 con cava y 12 gajos de mandarina?. Pero no siempre lo prometido es deuda… Lo demás , muy correcto.

ASILAH (Un vistazo rápido)
Nos habían hablado bien de este pueblito marinero de la costa atlántica, y allí que fuimos después de no menos de 3 horas de viaje por carreteras de tercera. Justo es decir que los paisajes del camino son espectaculares.

Llama la atención su pequeña medina con fachada al mar, así como sus paredes blancas y coloridos murales, presentes en buena parte del recorrido. Aquí el ritmo es diferente al de Chaouen, respirándose un ambiente más tranquilo y sosegado, enfocado a un turismo más de veraneo, comparable al de nuestro litoral andaluz. La cocina es más mediterránea, con una carta más extensa en la que no faltan los calamares a la romana y todo tipo de pescados. Ricos, ricos.

TANGER (Último destino)
El último día y medio de nuestra “bajada al moro” lo pasamos en esta caótica ciudad, balcón de paso entre África y Europa. Curiosa y contrariamente a lo que pensábamos, resultó ser la más auténtica de todas. No la definiremos como turítica, ni de visita obligatoria, si bien por sus calles y zocos se palpa un caracter más fuerte de sus gentes, forjado a base de historia. Culturalmente hablando merece y mucho la pena.

La medina tiene infinidad de puntos de interés, pudiéndose observar la gran actividad que presentan sus zocos y mercados. Llama también la atención los múltiples miradores con vistas al Atlántico que posee su kasba, desde los que uno puede tranquilamente divisar el tránsito marítimo y la costa española acompañado de un refrescante té a la menta.

Por cierto, en Tanger probamos la mejor pastela y cuscús degustado hasta el momento…

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